26 mayo 2006

¿Como se llama....?

Este es una mail que me paso mi primo Estevan. Es un poco largo, pero vale la pena leerlo.

¿Cómo se llama esa película en la que trabaja esta artista que está buenísima? ¡Sí, esa!, la alta, de pelo lacio, que salió una vez con este actor maravilloso, que se llama... que salió en una obra de teatro muy famosa. ¿ya sabés cuál digo, no? Así comenzamos. A partir de los 30 años, por lo general, empezás a notar que tenés pequeños olvidos: ¿Cómo se llama este tipo? ¡Lo conozco muy bien! ¿A qué hora era la cita, a las 5:00 o 15:00? ¿Esto cómo me dijeron que funcionaba? Las llaves. ¿dónde las dejé? ¿En qué piso me estacioné? Pero nada como cuando exclamamos ¡Me robaron el coche! sin darnos cuenta que salimos por la puerta equivocada del centro comercial. Aunque estos pequeños olvidos no afectan nuestra vida, nos producen ansiedad. Con terror, pensamos que el cerebro empieza a convertirse en gelatina y nos preocupa quedar como la Tía Anastasia, que recuerda con lujo de detalles todo acerca de su niñez en Morelia, pero no puede acordarse de lo que hizo ayer o esta misma mañana. Si esto te suena familiar, no te preocupes, hay esperanza... Existen muchos mitos en los que las personas equivocadamente relacionamos la edad con la falta de memoria.
Los neurocientíficos han comprobado que no necesariamente tiene que ser así, que las células se regeneran en el cerebro de los adultos y que, al contrario de lo que se pensaba, la pérdida de memoria no se debe a la edad o a que las neuronas se mueran, sino a la reducción en número y complejidad de las dendritas (ramas de las neuronas que, a través de la sinapsis, reciben y procesan la información de otras células nerviosas). Esto sucede por una sencilla razón: falta de uso. Es muy sencillo, así como se atrofia un músculo sin uso, las dendritas también se atrofian si no se conectan con frecuencia, y la habilidad del cerebro para meter nueva información se reduce. Es cierto, el ejercicio ayuda mucho a alertar la mente; también hay vitaminas y medicinas que aumentan la transmisión sináptica y fortalecen la memoria, sin embargo, nada como hacer que nuestro cerebro fabrique su propio alimento: las neurotrofinas. Las neurotrofinas son moléculas que producen y secretan las células nerviosas, y actúan como alimento para mantenerse saludables tanto a ellas como a las sinapsis.
Entre más activas estén las células del cerebro, mayor cantidad de neurotrofinas producen; esto genera más conexiones entre las distintas áreas del cerebro. ¿Qué podemos hacer? Lo que necesitamos es hacer pilates con las neuronas: estirarlas, sorprenderlas, sacarlas de su rutina y presentarles novedades inesperadas y divertidas a través de las emociones, del olfato, la vista, el tacto, el gusto y el oído. Además, retarlas con crucigramas, juegos como rompecabezas o ajedrez. ¿El resultado? El cerebro se vuelve más flexible, más ágil, y su capacidad de memoria aumenta.

Al leer esto, probablemente pienses: Yo leo, trabajo, hago ejercicio y mil cosas más durante el día, así que mi mente debe estar muy estimulada. La verdad es que la vida de la mayoría de nosotros se lleva a cabo dentro de una serie de rutinas. Pensá en un día o semana promedio: ¿Qué tan diferente es tu rutina de la mañana, tu ruta hacia el trabajo, la hora en la que comés o regresás a la casa? ¿El tiempo que pasás en el coche? ¿El tiempo y los programas que ves en televisión? Las actividades rutinarias son inconscientes, hacen que el cerebro funcione en piloto automático; requieren un mínimo de energía y las experiencias pasan por las mismas carreteras neuronales ya formadas tiempo atrás. No hay producción de neurotrofinas. Algunos ejercicios que expanden sustancialmente las dendritas:
1. Bañate con los ojos cerrados. Sólo con el tacto, localizá las canillas, ajustá la temperatura del agua, buscá el jabón, o el shampoo. Vas a ver cómo tus manos notarán texturas que nunca habías percibido.
2. Usá la mano no dominante. Comé, escribí, abrí la pasta dentífrica, lavate los dientes, abrí el cajón con la mano que más trabajo te cueste usar.
3. Leé en voz alta. Se activan distintos circuitos que los que usas para leer en silencio.
4. Cambiá tus rutas. Tomá diferentes rutas para ir al trabajo, a tu casa.
5. Cambiá tus rutinas. Hacé cosas diferentes. Salí, conocé y charlá con personas de diferentes edades, trabajos e ideologías. Experimentá lo inesperado. Usá las escaleras en lugar del ascensor. Salí al campo, caminalo, olélo.
6. Cambiá las cosas de lugar. Al saber dónde está todo, el cerebro ya construyó un mapa. Cambiá, por ejemplo, el lugar del tacho de la basura; vas a ver la cantidad de veces que tirarás el papel al viejo lugar.
7. Aprendé algo nuevo. Cualquier cosa; puede ser: fotografía, cocina, yoga, estudiá un nuevo idioma. Si te gusta, armá rompecabezas, tapate un ojo para que pierdas la percepción de la profundidad, por lo que el cerebro tendrá que confiar en otras vías.
8. Identificá las monedas. Poné en tu coche una taza con varias monedas diferentes y tenelas a la mano para que, mientras estás en el semáforo, con los dedos tratás de identificar la denominación de cada una.
9.- Peinate, bañate y lavate los dientes con la mano izquierda (o derecha si eres zurdo).
10.- Cambiá tu mouse al lado contrario de donde lo usas comúnmente.

¿Por qué no abrimos la mente y probamos estos ejercicios tan sencillos que, de acuerdo a los estudios de Neurobiología del Duke University Medical Center, amplían nuestra memoria?
Con suerte, nunca más volveremos a preguntar: ¿Dónde dejé las llaves?